jueves, 17 de enero de 2008

ARTICULO II

piensan los jóvenes...

Autor: Jaime Nubiola

Profesor de FilosofíaUniversidad de Navarra

Fecha: 20 de noviembre de 2007

Publicado en: La Gaceta de los Negocios (Madrid)



La impresión prácticamente unánime de quienes convivimos a diario con jóvenes es que, en su mayor parte, han renunciado a pensar por su cuenta y riesgo. Por este motivo aspiro a que mis clases sean una invitación a pensar, aunque no siempre lo consiga. En este sentido, adopté hace algunos años como lema de mis cursos unas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo de sus Philosophical Investigations en las que afirmaba que "no querría con mi libro ahorrarles a otros el pensar, sino, si fuera posible, estimularles a tener pensamientos propios".


Con toda seguridad este es el permanente ideal de todos los que nos dedicamos a la enseñanza, al menos en los niveles superiores. Sin embargo, la experiencia habitual nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desea tener pensamientos propios, porque están persuadidos de que eso genera problemas. "Quien piensa se raya" -dicen en su jerga-, o al menos corre el peligro de rayarse y, por consiguiente, de distanciarse de los demás. Muchos recuerdan incluso que en las ocasiones en que se propusieron pensar experimentaron el sufrimiento o la soledad y están ahora escarmentados. No merece la pena pensar -vienen a decir- si requiere tanto esfuerzo, causa angustia y, a fin de cuentas, separa de los demás. Más vale vivir al día, divertirse lo que uno pueda y ya está.


En consonancia con esta actitud, el estilo de vida juvenil es notoriamente superficial y efímero; es enemigo de todo compromiso. Los jóvenes no quieren pensar porque el pensamiento -por ejemplo, sobre las graves injusticias que atraviesan nuestra cultura- exige siempre una respuesta personal, un compromiso que sólo en contadas ocasiones están dispuestos a asumir. No queda ya ni rastro de aquellos ingenuos ideales de la revolución sesentayochista de sus padres y de los mayores de cincuenta años. "Ni quiero una chaqueta para toda la vida -escribía una valiosa estudiante de Comunicación en su blog- ni quiero un mueble para toda la vida, ni nada para toda la vida. Ahora mismo decir toda la vida me parece decir demasiado. Si esto sólo me pasa a mí, el problema es mío. Pero si este es un sentimiento generalizado tenemos un nuevo problema en la sociedad que se refleja en cada una de nuestras acciones. No queremos compromiso con absolutamente nada. Consumimos relaciones de calada en calada, decimos "te quiero" demasiado rápido: la primera discusión y enseguida la relación ha terminado. Nos da miedo comprometernos, nos da miedo la responsabilidad de tener que cuidar a alguien de por vida, por no hablar de querer para toda la vida".


El temor al compromiso de toda una generación que se refugia en la superficialidad, me parece algo tremendamente peligroso. No puede menos que venir a la memoria el lúcido análisis de Hannah Arendt sobre el mal. En una carta de marzo de 1952 a su maestro Karl Jaspers escribía que "el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos". Esto sucede -explicaba Arendt- cuando queda eliminada toda espontaneidad, cuando los individuos concretos y su capacidad creativa de pensar resultan superfluos. Superficialidad y superfluidad -añado yo- vienen a ser en última instancia lo mismo: quienes desean vivir sólo superficialmente acaban llevando una vida del todo superflua, una vida que está de más y que, por eso mismo, resulta a la larga nociva, insatisfactoria e inhumana.


De hecho, puede decirse sin cargar para nada las tintas que la mayoría de los universitarios de hoy en día se consideran realmente superfluos tanto en el ámbito intelectual como en un nivel más personal. No piensan que su papel trascienda mucho más allá de lograr unos grados académicos para perpetuar quizás el estatus social de sus progenitores. No les interesa la política, ni leen los periódicos salvo las crónicas deportivas, los anuncios de espectáculos y algunos cotilleos. Pensar es peligroso, dicen, y se conforman con divertirse. Comprometerse es arriesgado y se conforman en lo afectivo con las relaciones líquidas de las que con tanto éxito ha escrito Zygmunt Bauman.


Resulta muy peligroso -para cada uno y para la sociedad en general- que la gente joven en su conjunto haya renunciado puerilmente a pensar. El que toda una generación no tenga apenas interés alguno en las cuestiones centrales del bien común, de la justicia, de la paz social, es muy alarmante. No pensar es realmente peligroso, porque al final son las modas y las corrientes de opinión difundidas por los medios de comunicación las que acaban moldeando el estilo de vida de toda una generación hasta sus menores entresijos. Sabemos bien que si la libertad no se ejerce día a día, el camino del pensamiento acaba siendo invadido por la selva, la sinrazón de los poderosos y las tendencias dominantes en boga.


Pero, ¿qué puede hacerse? Los profesores sabemos bien que no puede obligarse a nadie a pensar, que nada ni nadie puede sustituir esa íntima actividad del espíritu humano que tiene tanto de aventura personal. Lo que sí podemos hacer siempre es empeñarnos en dar ejemplo, en estimular a nuestros alumnos -como aspiraba Wittgenstein- a tener pensamientos propios. Podremos hacerlo a menudo a través de nuestra escucha paciente y, en algunos casos, invitándoles a escribir. No se trata de malgastar nuestra enseñanza lamentándonos de la situación de la juventud actual, sino que más bien hay que hacerse joven para llegar a comprenderles y poder establecer así un puente afectivo que les estimule a pensar.

RETRATOS





REFLEJOS





Hay quien diría que el mundo no es más que una ilusión, un reflejo que no es real que viene procedente de infinitas posibles realidades que se agolpan delante de nosotros sin que podamos distinguirlas unas de otras convirtiéndose así en un nuevo conjunto de situaciones que nosotros llamamos realidad. Y caminamos por este nuevo escenario queriendo creer que todo lo que vemos oímos y tocamos en efecto es real. Pero aun siendo así andamos con cuidado, no vaya a ser que en un momento comprendamos que no es más que una fachada de algo más grande.

Se pretende vivir la realidad en el mundo de los reflejos; de esta manera siempre estamos sumergidos en confusión. Pero finalmente todas estas confusiones nos llevan a comprender que el universo es simple, somos nosotros los que no llegamos a comprenderlo.





RINCONES DE PAMPLONA

PP



Las fotos que e sacado de Pamplona son en su mayoria de cerca de donde vivo. no es que me diera pereza irme mas lejos para hacer las fotos sino que el sitio donde vivo me parece bonito, asi q decidi sacar fotos por aqui.


La primera foto se la saque al convento de las oblatas. Esta al otro lado del rio . Este antiguo convento es ahora una residencia para ancianos. siempre que tengo que coger el autobus para subir al centro tengo que ir hasta alli. Casi nunca se ve a nadie, solo de vez en cuando a las auxiliares y enfermeras que trabajan dentro.




La segunda fotografia la hice nada mas salir del portal de casa. Son las ventanas de un restaurante que esta alli.




Con esta tercera foto lo que queria era captar profundidad. Es el paseo sarasate. Normalmente hay mas gente paseando por aqui.



Las dos ultimas fotos son del puente que esta delante de mi casa. la primera la hice desde la ventana de mi habitacion y la segunda la saque desde otro puente que hay mas adelante.



miércoles, 9 de enero de 2008

Henri Cartier - Bresson

Henri Cartier - Bresson 1908 – 2004

Henri Cartier-Bresson nació el 22 de Agosto de 1908 en el seno de una familia que pertenecía a la burguesía Francesa.


Cursa sus estudios secundarios en París, donde no llega a graduarse. Paralelamente a su educación en el Liceo, estudia pintura de manera independiente con dos maestros diferentes. Entre 1927 y 1928 estudia con el pintor cubista Andre Lhote, durante estos años de formación desarrolla el entrenamiento visual que serviría como la estructura para su arte como fotógrafo.


La buena posición social en que se encontraba ubicada su familia contribuye a que Bresson pueda relacionarse con la élite cultural de su tiempo. Mediante sus profesores encontró artistas, escritores, poetas y pintores, tal como Gertrude Stein, Rene Crevel (escritor surrealista), Max Jacob (poeta), Salvador Dalí, Jean Cocteau y Max Ernest.


En 1929 Bresson realiza el servicio militar obligatorio y a su regreso parte hacia Camerún, al oeste del continente Africano. Hay quienes dicen que este viaje marcó el primer punto decisivo en su vida, como el quiebre de las tradiciones y de todo lo que le era familiar. Durante este tiempo adquiere su primera cámara y se lanza a la búsqueda de aventuras, de las que sólo había leído en los libros de su juventud.

Con prácticamente ninguna posesión, Bresson vivió de la caza, matando animales silvestres y vendiendo la carne en mercados. De no haber contraído fiebre (blackwater) podría haber permanecido mas de un año en el África.


Una vez que recuperó su salud volvió a Francia. Luego de revelar las fotografías de su viaje por Africa pierde su intenso deseo de pintar y compra su primera cámara Leica, la misma que lo acompañaría durante toda su éxitos carrera. Comienza a "sentir" la fotografía y luego en una entrevista, admite que después de su viaje por África, "... el aventurero en mi se sintió obligado a testificar, con un instrumento mas rápido que el pincel, las cicatrices del mundo".


A continuación viaja a lo largo de la Europa Oriental: Alemania, Polonia, Austria, Checoslovaquia y Hungría. En 1932, viaja a Francia, España e Italia. Aunque seguramente menos exótica que su experiencia en África.

"el vuelo de Bresson desde la convención y el decoro lo lanzó en el mundo del desposeído, el marginal, y el ilícito que él abrazó como propio". (Henri Cartier-Bresson: The Early Work).


También en 1932 sus primeras fotografías se exponen en la Galería Julien Lévy de New York y son a continuación presentadas por Ignacio Sánchez Mejías y Guillermo de Torre en el Ateneo de Madrid. Charles Peignot las publica en Arts et Métiers Graphiques.


En 1934 viaja a México "captura" de gente y lugares marginales de la sociedad. Expone sus fotografías en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.


Poseía una capacidad única para capturar el momento efímero en que la importancia del tema se da a conocer en la forma, el contenido y la expresión. El lo llamó el momento decisivo.


Cuando estalla la II Guerra Mundial, septiembre de 1939, Bresson se alista en el ejército. Al poco tiempo su unidad de foto y cine es capturada por los alemanes. Después de casi tres años y dos intentos fallidos de escapar, logra huir hacia París.


Entre 1944 y 1945 se une al grupo de profesionales que fotografían la liberación de París. En 1946, luego de finalizada la guerra, vuelve a los EEUU para completar una exposición "póstuma". El Museo de Arte Moderno de New York, considerándolo desaparecido, había tomado esta iniciativa.

"Mientras tanto en Estados Unidos me daban por muerto y preparaban una exposición póstuma sobre mi obra. Me entero a tiempo y corro a ayudarles en la selección; ante su sorpresa, el hombre al que se disponían a enterrar estaba allí de cuerpo presente" (Henri Cartier-Bresson).


Junto a Robert Capa, David Seymour y Georges Rodger funda la primera agencia cooperativa de fotografía, "Magnum Photos".

"Nos lanzamos a la idea para poder hacer lo que queríamos, para trabajar en lo que creíamos y no depender de que un periódico o una revista nos encargara una cosa. No queríamos trabajar por encargo y pensamos que si nos organizábamos podríamos tomar nosotros la iniciativa" (Henri Cartier-Bresson).

En 1954 viaja a la URSS y se convierte así en el primer fotógrafo admitido por este país después del "deshielo".

En el año 1955, es invitado por el Louvre de París para convertirse en el primer fotógrafo en exponer en este museo.


Henri Cartier-Bresson abandona en 1966 la agencia Magnum, que sin embargo conserva bajo su custodia los archivos del fotógrafo. Sus obras son impresas nuevamente por el Pictorial Service en París.

El instante decisivo, así llamaba él a la captura del séptimo cielo, ese momento en que todo está en armonía.

Siempre se negó a manipular los negativos e incluso no le interesaba en absoluto el proceso de revelado, solo eso: "El instante decisivo". Nadie como él, a lo largo de muchos años en la Agencia Magnum, que ayudo a fundar, supo ver el momento mágico, en él que el encuadre, los personajes, la escena y el asunto, parece que estaban complementándose unos a otros, para que el fotógrafo hiciera clik.

Las implicaciones sociales de su trabajo son enormes al registrar un mundo humano en su contexto.







Conseguía efectos muy curiosos jugando con la luz, las sombras y los reflejos.







Sus fotos eran en muchas ocasiones dinámicas y con fuerza, esto lo conseguía gracias a las diagonales.









Le gustaba hacer juegos de parejas. Esperaba el momento oportuno y disparaba. Aunque parezca mentira ninguna de sus fotos era premeditada, simplemente dejaba que el instante decisivo llegara para inmortalizarlo con su cámara.








miércoles, 7 de noviembre de 2007

ARTICULO I



Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;
nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldurra




Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:
zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,
semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka








Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik




















EL MERCADO


Un hombre soñó que iba al mercado y se encontraba con un boleto de lotería ganador. Aquella mañana se levantó decidido a dejar que se cumpliera el destino. A la misma hora en que terminaba de arreglarse, que es la misma hora de siempre, una mujer que miraba el mundo desde el fondo de un vaso de whisky deja abierta la espita del gas. Pero esto nuestro hombre no podía saberlo. Como había soñado que encontraba el boleto en otro mercado distinto al que normalmente iba, se encaminó hacia el mercado del barrio donde vivía su hija. La verdad es que aquel mercado estaba un poco lejos, pero que le vamos a hacer pensó; un sueño es un sueño. Entró en el mercado a la misma hora de siempre, con la diferencia de que era un mercado diferente. A la misma hora exacta la mujer del vaso de whisky prendía el último fósforo de su vida. Pero esto nuestro hombre no tenía modo de saberlo. El hombre que había soñado con el boleto se enteró más tarde de que el mercado donde solía comprar había quedado sepultado por los escombros del edificio de encima. Encontró su destino al comprender que la lotería ya le había tocado.